martes, 22 de septiembre de 2009

Bañada en sangre


Y comenzó su venganza: se montó en su caballo negro, al que solía llamar coloquialmente Beltza, y salió del castillo a toda velocidad.
Durante su recorrido fue cortando con su espada todo cuanto veía a su alrededor; le daba igual si eran árboles, flores o la cabeza de un cerdo. Simplemente él cortaba y calmaba así su interminable ira.
A mitad del camino Beltza decidió abandonar a su amo, pues, ¿quién le podía asegurar a él que su cabeza no sería la próxima en volar por los aires? Definitivamente, él no iba a ser el que lo comprobara. Mientras el vengador dormía, Beltza echó a cabalgar por aquel desconocido lugar, pero tenía un rastro que seguir: si se guiaba por todos los árboles cortados y los cuerpos decapitados de los cerdos, o simplemente por los lugares donde no había flores, habría encontrado el camino a casa.
Cuando a la mañana siguiente el vengador se despertó, al no ver a su caballo rompió a llorar. Beltza era lo único que le quedaba en la vida, su único sostén. Él nunca le haría nada malo, pues le apreciaba en cantidad. ¿Por qué se habría ido? ¿Tanto miedo da una persona que va cortando todo lo que hay a su alrededor?

¿Y si el vengador solo estuviera cortando los hilos que lo movían cual marioneta?
Una venganza que se baña en sangre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario